Nunca
se me van a olvidar las caras de mis padres y de mis primos, que
estaban en el momento justo, en el lugar adecuado. Mientras me alejaba
por ese pasillo nunca voy a olvidar el sonido de mamá, llorando tan fuerte como
nunca antes la había escuchado, y papá tranquilizándola a pesar de
que el también estaba llorando, cosa que solo había visto 2 veces
en mi vida que yo recuerde. Adri y Pau se que también lo pasaron muy
mal, les tocó vivirlo muy de cerca. Lloramos, ese día todos lloramos. Les dije que les quería a
los 4 vientos, fue lo más sincero que me salió en ese momento,
tenían que saberlo, tenían que oírlo de mi boca. Podría ser lo último que me oyesen decir.
Como
ya dije, cuando entré a quirófano las enfermeras me tranquilizaban
y me colocaban cosas por todo el cuerpo. Recuerdo que había como 4 o
5 solamente. Me dijeron que iban a empezar a dormirme. Y lo que se me
pasó por la cabeza, cada vez más lento, fue que a partir de ese día o bien se cumplirían todos esos sueños y ganas de vivir que escribía antes en
las entradas de este blog, o bien que todo se acababa allí, tumbada y sin
enterarme de nada.
Cuando
desperté no sabía cuanto tiempo llevaba dormida, ni si el
trasplante había salido como todos queríamos, pero lo importante es
que estaba allí. Seguía allí.
Empezaba
a escuchar máquinas y gente a mi alrededor e intenté abrir los
ojos. Allí estaban. Allí estaban mi madre y mi padre, y vuelvo a
describiros sus caras: llenas de emoción y lágrimas otra vez, eran
caras de felicidad, porque todo había salido prácticamente como los
médicos querían.
Papá
y mamá empezaron a contarme cosas de las nenas, de la familia, me
decían que había muchísima gente preocupada y atenta a como iba
evolucionando. No estábamos solos, eso desde luego.
La
siguiente visita fue a las 3 horas aproximadamente. Y yo no sabía si
era realidad o estaba soñando por culpa de todos los analgésicos
que me estaban metiendo... pero escuché a mi tía, a mi Tata. Era
imposible, vive en Tenerife y tan solo hacía 6 horas que había
salido de quirófano. Ella me había prometido que cuando me
trasplantasen iba a estar conmigo y así fue. La notaba muy contenta
y emocionada.
Entre
los 5 se iban turnando en cada tiempo de visita del día y sin duda
eran los mejores momentos, aunque fuese prácticamente un visto y no
visto.
Cuando
empezaba a despertarme del todo fue la peor parte de estar en la UCI.
No podía moverme porque tenía cables y tubos saliendo de mil
sitios, y solo esperaba que llegase la hora de las visitas. El resto
del tiempo me lo pasaba en la cama mirando hacia el techo, o medio
dormida. La primera tarde, ya me dieron un puré de verduras para
comer, a las pocas horas de quitarme el tubo que me ayudaba a
respirar. Y en la cena un yogur. Para mi aquello avanzaba muy rápido.
Las
noches se hacían eternas, no os lo podéis ni imaginar. A parte de
que entraban en mi box cada dos por tres, tenía una cosa en las
piernas que servía para que me circulase bien la sangre. Pues se
hinchaban y deshinchaban una vez cada minuto y cuando no tienes otra
cosa en la que pensar o fijarte... molesta mucho.
Al
día siguiente las auxiliares me asearon... o eso dicen. Me menearon
para todos lados yo creo que sin importarles tubos ni nada, que daño,
que mala experiencia y que poco tacto. Esa tarde me cambiaron a una
silla para estar un rato un poco mas erguida, y utilizaron una
especie de grúa para no hacerme daño con los tubos, la sonda, etc.
Pero sorpresa cuando ¡no funcionó!.Me hicieron un daño terrible
por todo el cuerpo, era como si me hubiese atropellado un tren,
me dolía absolutamente todo. En la silla aguanté 2 horas y por
compromiso prácticamente, porque la maniobra para devolverme a la
cama fue la misma pero al revés, y otra vez a tocar y remover todos
los dolores. La hora de visita de este día vino con sorpresa porque
me trajeron UNA RADIO.
Aun
así, estas noches dormía de hora en hora, no sé si porque entraban
cada poco a hacerme algo, porque no era capaz a conciliar el sueño o
por los dolores. Pero por lo menos tenía radio, que me hacía una
compañía inimaginable a esas horas.
Al
día siguiente, ya era domingo. Esperaba las visitas con unas ganas
tremendas, pero antes tocaba aseo, ajustar medicaciones,
pruebas,visitas de médicos... Llegaron las visitas y se me alegró
tanto la cara que me lo noté hasta yo.Ver a mis padres, a mi tía
que mágicamente estaba allí conmigo, y a mis primos era como ver
las estrellas en pleno monte y con una noche despejada. Era el
momento álgido de mis días allí.
Este
domingo ya me quitaron el aparato de las piernas y podía estar algo
más a gusto, dentro de lo que cabe. Ya era capaz de hacer pequeños
movimientos con ayuda de las enfermeras para cambiar de postura
y ladearme un poco, porque el dolor de espalda empezaba a ser
preocupante para mi, ya que todo esto no había hecho nada más que
empezar.
El
lunes, por fin, el médico me dijo que ese día me subirían a planta
ya. Recuerdo que cuando entraron mi madre y mi tía no se lo había
dicho aún el médico a ellas y fui yo la encargada de dar las
SÚPER-NOTICIAS. La alegría en esa habitación se veía rebosar hasta por la puerta y la ventana... todos estábamos de acuerdo en
que iba todo muy deprisa y que eso significaba que todo iba bien,
según lo previsto. Casi nos daba hasta miedo.
Me
subieron a planta a las 7 de la tarde más o menos y una vez allí
todo fue diferente, mucho más llevadero gracias a los míos. A los
que SIEMPRE han estado, y a los que sé que siempre van a estar. Los que suman, los que acompañan, los que saben porque quieren saber de verdad... Os quiero a todos.
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